Comienza una nueva etapa en mi vida. O al menos, de eso intento convencerme. No. Tengo y debo convencerme. Cambiar el chip, lo llaman algunos. Los paseos por la playa no son suficientes para respirar todo el aire puro que necesito. Puede que me viniera mejor un buen baño de agua fría. ¿O es jarro? Maldita cabeza. Memoria pez.
Hace menos de un par de semanas que llevo aquí. En este pueblo de la costa. Necesitaba un cambio. La gran ciudad me mata. Me agobia. Es realmente impersonal. La que era una chica cosmopolita enamorada de la modernidad, se ha convertido en una zagala, como he oído que dicen por estas tierras, que se conforma con ser feliz donde sea. Lejos de una multinacional que pedía más y más, y que la mantenía sumisa, apartada del resto de la realidad. Vale. También huyo de un viejo amor. Es que hay que contarlo todo, de verdad.
El caso es que ahora me encuentro aquí. En un piso con vistas al mar. En un pueblo de unos 30 mil habitantes. Y paseando, repito, por la playa, para intentar evadir todo lo pasado. Pero no es suficiente.
Aún no he comenzado a trabajar. A las únicas personas que conozco son a la panadera de la esquina, que yo diría que es alemana. Al kioskero, muy agradable, cierto es. Y al chico del supermercado, Jesús, quién me ha recomendado subir al Castillo, remodelado hace un año o así. Tiene buenas vistas, dice. También me ha hablado del Carnaval. Aunque todavía queda mucho para febrero.
Os preguntaréis por qué elegí Águilas. Quedaría muy peliculero si os dijese que cerré mis ojos, me puse delante de un mapa de España y el destino hizo que mi dedo cayese en este lugar. Pero no fue así. Me han trasladado en el trabajo. Yo pedí que me trasladaran. Pronto, os contaré a que me dedico. Ahora, simplemente, busco mi sitio. Martina busca su sitio. Otra vez.
1 comentario:
Halaaaa
La niña, y luego me dice a mí que escribo mucho. Bueno, ya q no sacamos tiempo para vernos, al menos nos enteramos de nuestras vidas por aquí.
Un besazo pequeña
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